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domingo, 4 de diciembre de 2011

Autorretrato #2: Sapo




"Las cosas son iguales a las cosas" 
(Ignacio Escobar Urdaneta de Briggard)

Vengo del barro plateado y de la conjunción de felices circunstancias que hicieron de un sapo pantanero mi primera mascota. Nací entre cuatro siglos de barro, mierda de vaca y sangre de peón. Una fuente de piedra y adentro el sapo pantanero. Tengo el parkinson del planeta incrustado en el recuerdo como las espadas que le cruzaban el corazón a la Dolorosa cada vez que el látigo acertaba en las espaldas de su hijo. 

Soy el mayor de la prole del fin de los tiempos, o como escuché decir alguna vez, la repetición de la repetidera. Aunque siempre ha sido así porque los hijos de tiempos duros son los padres de paraísos momentáneos. Me parió una enfermera y un estatuto de seguridad le guardaba las espaldas. Me limpiaron los orificios; borraron los rastros de sangre de peón y me vistieron con el mameluco azul (típico de los niños y de los buenos cristianos) 

Pero el magnetismo metafísico es más poderoso. Una fuente de piedra y el sapo que se escapa con sus brincos poderosos. Lo alcancé, persiguiéndolo carrera mar y lo encontré aplastado, veinte años en el futuro, entre siglos de barro, mierda de vaca y gente y sangre, la mía, de peón.


martes, 29 de noviembre de 2011

Autorretrato #1

Mujer ante el sol (Joan Miró)

Estas manos pequeñas, perfumadas con el humo del tabaco que se eleva, inclinándose un poco en la dirección del viento, son las manos que uso en caso de ataque de tigres invisibles. Las uso para cubrirme la cara después de comprobar que no tengo garras. Me sirven para alzar el peso agobiante de la cuchara sopera llena de sopa y de vez en cuando para dar cuchilladas al cadáver de una vaca. 

Uso las manos todo el tiempo, ya sea de reloj o de visita. Las traigo pegadas a los antebrazos de suerte que no las dejo olvidadas en el bus. Me sirven de mucho, pero yo no a ellas. Un día hice el deber de dejarlas quietas y ahora sé que no se mueven por mi voluntad. Mis manos, que son dos, perfumadas con el humo del tabaco y el sudor de los dedos, son las que uso para aferrarme al sol. 

El sol, esa estrella picante en invierno y madre en verano.


miércoles, 23 de noviembre de 2011

El ciclo del miedo



A veces el miedo toma forma de aire fresco y no queda de otra sino respirarlo. No es tanto por la mañana donde el aire es más o menos frío y pasa golpeando la nariz para hinchar los pulmones en ese bailecito de infla-desinfla que a la larga mantiene oxigenado al cerebro. Es cuando aparece el primer transeúnte, que respira el mismo revuelto de gases, que la atmósfera se va cargando de radicales libres. Y aparece otro y otros más; entonces es mediodía y hay muchos que respiran, algunos sin ganas. El ambiente ya no es solo humano: del humo de los cigarros, de los carros y las motos; así como del vapor de los sudores y los gases de los traseros, sale el miedo tomando forma de aire fresco y no queda de otra sino correr y respirarlo.

Otras veces, el miedo no aparece sino hasta que la soledad del baño arropa a los aseados, que tenemos en el estropajo y el jabón la activa vida social y sexual que nos niega el resto del mundo. Aparece en forma de cucaracha, bestia infernal y poderosa de cinco centímetros de largo. Pasea por los rinconcitos de la ducha ante un cuerpo de ente desnudo, indefenso: el hombre no teme a la cucaracha si tiene puesta, al menos, una chancla. Pero ahí, retrocederá hasta una pared y gritará con angustia; la cucaracha será más rápida y trepará por su pierna, a lo que la víctima responderá con sucesivas sacudidas que lo llevarán a perder el equilibrio y golpearse la cabeza con un filo. Esto dejará sin oxigeno al cerebro y el miedo vuelve a tomar forma de aire fresco, máscara de gas respirable en una ambulancia, en caso de que alguien se percate del horrendo crimen cometido por una cucarachita. 

Pero por lo general el miedo se esconde. Se pone plumas negras y piquito de gancho para despresar a sus víctimas que, por regla general, ya están muertas. El miedo es perezoso y por lo tanto oportunista. Es compinche de las multitudes y la soledad. Anda en círculos, imitando el vuelo de los pájaros, sobre su objetivo esperando el grito desgarrador que antecede al último suspiro. Ahora baja con varios compañeros y se come las entrañas putrefactas del que gritó. El miedo toma forma de aire fresco y no queda de otra sino respirarlo, mientras las plumas quedan regadas por el suelo y las máscaras con piquito ganchudo van a dar al cinturón. El miedo no da tristeza, pero sí inmensas ganas de llorar. Su verdadero rostro se esconde en una jaula negra de metal.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Parábola del venido a más



Un amigo me dijo, en tono de suficiencia y como hablándole a un bobo:

- Para qué joden tanto con eso de la educación. Arrancados de mierda, todo lo quieren regalado- sus frases se remataban en diminutas gotas de babas que le chorreaban por la comisura de los labios.

No pude contestar de inmediato. Me puse a reflexionar sobre las amables palabras de mi amigo, casi hermano, y luego de unos segundos eternos sólo me quedó una propuesta para hacerle:

- Listo, nos cansamos de que nos den todo "gratis". ¿Entonces, por qué no privatizamos el único servicio público efectivamente universal y gratuito (bueno, lo pagamos con los impuestos) que tenemos los colombianos?- le dije mientras veía cómo hacía bolitas con un moco que acababa de sacarse.

- ¿Cómo así, cuál?- replicó.

- La fuerza pública.


viernes, 4 de noviembre de 2011

Los desvelos de Triple Equis

Tomada de lacabezadellobo.blogspot.com

Dormir poco no es un tormento para mí. No sé de dónde saco la energía reparadora como para amanecer sin malestares. En todo caso, si por algún motivo quiero dormir y no puedo, recurro a tácticas repetitivas. La idea es no tener que levantarse de la cama para buscar un atlas. El único libro disponible es la Biblia, de ser posible, la Vulgata de San Jerónimo.

Los libros más entretenidos del antiguo testamento son el Génesis, Éxodo y el de los Jueces. Por eso evado sus historias y trato de sumergirme en el Deuteronomio, para ir sintiendo la modorra que produce esa lista de leyes judías.

miércoles, 26 de octubre de 2011

El miembro honorable



Los honorables miembros decidieron otorgar la medalla al valor a un soldado de cuarenta y tres kilos y aspecto enfermo. Por primera vez se tomó la determinación de abandonar la imagen heroica de las películas y ensalzar la miseria del universo hecha hombre. Hombre de huesos y algo de carne. 

Viéndolo allí sentado, junto a las altas dignidades, parece que la suya comenzara a existir, pero es sólo un truco de cámaras. Dicen que la televisión hace engordar cinco kilos. En este caso, más bien hace crecer la nariz y el espacio entre oreja y oreja.

domingo, 18 de septiembre de 2011

La marrana flaca



Soledad de mis amores, no hago sino quererte. Del amor antes de ti me quedó una buena dosis de nostalgia, como para acompañar los cafés de aquí en adelante. 

Soledad es mi marrana. La compré cuando Carmela no quiso seguir conmigo, consiguió novio y se casó. Rompí un cochinito de barro, donde metía las sobras de mi diario, y corrí hasta donde Gerardo para que me vendiera una de las crías de Ramona, su lechona favorita. Yo quería un macho, pero Soledad parecía destinada a crecer a mi lado. No, mentira. Me la llevé porque era la más grandecita y agraciada. Además, aún hoy conserva el brillo en la mirada que me hechizó desde el primer día. 

martes, 6 de septiembre de 2011

Recreación de la creación


Dibujo de Esperanza Vallejo (2004)


En el principio, la Tierra estaba caliente y llena de volcanes. El único ser que deambulaba por el planeta era el gallinazo. No me pregunten cómo hacia para comer, si no había otro animal que se muriese para devorarlo, lo que sí es seguro es que el chulo revoloteaba sin cesar. 

En esta historia solo me ocuparé de Eduardo, que era un gallinazo de esos negros, con un par de alas (una a cada lado del cuerpo) y un precioso penachito blanco en el pecho. Y como era gallinazo, tenía un ojo medio cerrado en forma muy seductora. 

Como todo estaba tan caliente, solo las cumbres de algunas montañas servían de refugio para Eduardo. En el cielo, por allá en la nube más alta antes de alcanzar la estratosfera, funcionaba la "Universidad Pedagógica de los Galembos" y solo tenía una carrera: Derecho. Estos pajaritos estudiaban para abogados porque aún no tenían carroña que comer. 


domingo, 4 de septiembre de 2011

Múltiplos de Verónica (I)

Foto de Jan Saudek


Siempre que soñaba con alguna mujer ajena, se levantaba a registrar la escena valiéndose de una vieja grabadora de doble casete. Relataba paso a paso, con rigor científico, y le daba énfasis a las eventuales muecas realizadas por su amante onírica de turno. 

Luego, a la noche siguiente, reproducía la grabación de aquella madrugada para estimular el conducto regular de su próximo encuentro. Solía decir que su propia voz le parecía lo suficientemente erótica como para embelesarse en su escucha. 

3 de marzo. 

Verónica está triste. Ya no escucha sus discos macabros sino que pone los míos. Eso sólo puede significar que necesita un abrazo. 

12 de abril. 

De un abrazo a dos besos hay un trecho bastante corto. ¿Por qué será que ese rinconcito entre tus rodillas no ha acabado de secar? 

8 de junio. 

Ya no me jode tanto que suene McCartney todo el tiempo. Me saca de quicio esa manía tan tuya, Verónica celestial, de colgar tu ropa en mi espacio, en mi habitación. 

Por ejemplo, la noche del 3 de marzo soñó que el cuerpo de Verónica, su novia, era idéntico al de la vecina; una actriz envejecida y de pocos triunfos que colgaba sus calzones en el tendedero comunal, sin las mínimas consideraciones de espacio para los demás. O el 15 de septiembre, 12 de abril y 8 de junio. También, anotaba las fechas en que repetía mujer.


jueves, 4 de agosto de 2011

Un amante más flaco que yo

(1934) Tomada de Publicidad y propaganda2008

El primer pucho que me fumé, con plena conciencia, me mareó hasta la náusea. Era un Derby robado del paquete que el tío Rodrigo guardaba en el bolsillo de su camisa, un día de verano cuando yo acababa de cumplir los 16. Conocía la técnica gracias a los compañeros de colegio que intentaron, en vano, enseñarme las artes de copiar humo en las fiestas de la adolescencia. 

Pero no había practicado hasta ese momento porque el tabaco representa para mí un ritual completamente privado de autodestrucción. Recuerdo al abuelo Manuel con su eterno Royal a media boca, en la soledad de la sala y en compañía de un buen libro. De pronto, su voz bonita, sazonada con los tintes militares que deja la vida, sonaba claro y sin confusión: “Venga mijo, vaya a la tienda y me trae un cigarrillito”. Por que el viejo compraba de a uno y jamás guardó cajetillas. 

El primer pucho mío, fruto de un hurto de menor cuantía, sirvió de lente para leer a Dumas con sus tres endiablados mosqueteros. Pronto descubrí que para abrir ese y cualquier otro libro necesitaba hurgar entre las camisas del tío. 

En esos días, el abuelo había renunciado a fumar debido a quebrantos de salud. Yo lo hacía una o dos veces en semana hasta que empecé a sentir una poderosa atracción hacia el acto de fumar si emprendía la tarea de escribir. Después, los primeros tragos largos se sellaban con un pacto secreto de humo entre labios y espíritu. 

Cada verso, cada canción escuchada o cada novela devorada desde entonces me huele a tabaco. Primero Derby, luego Royal, Pielroja y Boston. Los besos de amor van entre el aroma mefítico, para algunas y bohemio, para otras.  Llevo quince años de concubinato con un amante más flaco que yo. Arrastro el olor y el sabor de miles de colillas, sobre todo la primera del día, como una marca de identidad y el anuncio de que soy yo, de que ya llegué. Necesito fumar todo el tiempo porque el destino me puso la trampa y soy escritor. 

Ya el cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro aseguró que escribir es un acto accesorio al placer de fumar. Entonces, no soy fumador porque escribo, sino que es el humo del tabaco el que entra en mi organismo y sale convertido en palabras descubriendo, de paso, un nuevo e interesante proceso físico comparable a la condensación, que nos trae la lluvia, o a la destilación, que nos provee el ron.