miércoles, 23 de noviembre de 2011

El ciclo del miedo



A veces el miedo toma forma de aire fresco y no queda de otra sino respirarlo. No es tanto por la mañana donde el aire es más o menos frío y pasa golpeando la nariz para hinchar los pulmones en ese bailecito de infla-desinfla que a la larga mantiene oxigenado al cerebro. Es cuando aparece el primer transeúnte, que respira el mismo revuelto de gases, que la atmósfera se va cargando de radicales libres. Y aparece otro y otros más; entonces es mediodía y hay muchos que respiran, algunos sin ganas. El ambiente ya no es solo humano: del humo de los cigarros, de los carros y las motos; así como del vapor de los sudores y los gases de los traseros, sale el miedo tomando forma de aire fresco y no queda de otra sino correr y respirarlo.

Otras veces, el miedo no aparece sino hasta que la soledad del baño arropa a los aseados, que tenemos en el estropajo y el jabón la activa vida social y sexual que nos niega el resto del mundo. Aparece en forma de cucaracha, bestia infernal y poderosa de cinco centímetros de largo. Pasea por los rinconcitos de la ducha ante un cuerpo de ente desnudo, indefenso: el hombre no teme a la cucaracha si tiene puesta, al menos, una chancla. Pero ahí, retrocederá hasta una pared y gritará con angustia; la cucaracha será más rápida y trepará por su pierna, a lo que la víctima responderá con sucesivas sacudidas que lo llevarán a perder el equilibrio y golpearse la cabeza con un filo. Esto dejará sin oxigeno al cerebro y el miedo vuelve a tomar forma de aire fresco, máscara de gas respirable en una ambulancia, en caso de que alguien se percate del horrendo crimen cometido por una cucarachita. 

Pero por lo general el miedo se esconde. Se pone plumas negras y piquito de gancho para despresar a sus víctimas que, por regla general, ya están muertas. El miedo es perezoso y por lo tanto oportunista. Es compinche de las multitudes y la soledad. Anda en círculos, imitando el vuelo de los pájaros, sobre su objetivo esperando el grito desgarrador que antecede al último suspiro. Ahora baja con varios compañeros y se come las entrañas putrefactas del que gritó. El miedo toma forma de aire fresco y no queda de otra sino respirarlo, mientras las plumas quedan regadas por el suelo y las máscaras con piquito ganchudo van a dar al cinturón. El miedo no da tristeza, pero sí inmensas ganas de llorar. Su verdadero rostro se esconde en una jaula negra de metal.


1 comentario:

Anavlis dijo...

Me encantó, Juan. Pero hay un miedo generalizado al miedo, todos quieren ser valientes... por qué lo desprecian tanto, si hasta puede salvarnos la vida.

PD: me ha pasado lo de la cucaracha, claro, sin el trágico y ridículo final en la ambulancia.