sábado, 5 de marzo de 2011

Anales del falso profeta (2)



Jueves, 1 de junio del 2000

Si fuera gringo hoy empezaría a comprar licor legalmente. Aunque la edad ha importado muy poco a la hora de emborracharme. Las primeras copas fueron compartidas con los mayores cuando abandonaban el vino a medio terminar. Las segundas, ya despuntando el vello entre las piernas, venían de esas botellas de whisky escondidas por décadas en el armario de la segunda madre. Cuando me parieron, me nombraron otra mamá para el día del bautizo. La suplente asumiría el cargo si algo feo llegara a pasarle a la titular. Tenía que llamarla “madrina” y, como fue siempre soltera, administró con sapiencia tanto la economía, como el bar del abuelo.

Cada año, algún yerno envolvía una flamante botella de escocés traída de contrabando por Maicao y le ponía la tarjeta de rigor que rezaba, “Feliz día del padre, don Víctor”. Lo que siempre ignoraron es que el abuelo era abstemio de wishky porque, según él, sabía a chancleta de soldado. Por eso, luego de tres lustros, la tía madrina bien pudo haber reunido suficiente licor importado para ponerse un estanco. Pero no. Atesoraba cada botella en el fondo de un armario de cedro comido casi por todas las polillas del mundo reunidas. No sólo nunca se atrevió a tocar esas botellas, sino que tampoco pareció percatarse de su paulatina desaparición a manos de sobrinos púberes.

Contrario a lo que podría pensarse, la madrina nunca se casó, no por beata, sino por puro capricho. No era la tía bigotuda y rezandera que con los años se convierte en la conciencia de la familia y en la mano derecha del cura párroco. Era, más bien, una mujer guapa y tremendamente coqueta. El abuelo la quería mucho a pesar de ser demasiado liberal para su gusto. Los sobrinos también. De hecho, aún conserva sus soberbios atributos que luce con descaro cada vez que organiza una tertulia para los amigos.

Pero no siempre fue así. Por los días en que yo iba a nacer tuvo que pelear con el abuelo porque se hizo comunista. Luego, el problema fue que abandonó su trabajo de secretaria en la alcaldía para irse de gira con una compañía de payasos rusos que pasó por aquí, como los gitanos, robándose a la hija consentida de don Víctor.

Y el pleito quedó empatado pues, a pesar de seguir siendo comunista, ahora le teme a los payasos.


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