viernes, 8 de noviembre de 2013

A Judy Garland



Popayán, 2 de mayo de 1993

Querida Judy:

Nací en un párrafo, gran inicio, lo que podría llamarse un polvo fugaz contra un murito a medianoche. A veces, siento una envidia terrible de los demás mortales que no son capaces de recordar los coitos de sus padres. Fui testigo, y tengo memoria de ello, del escupitajo de semen que me dio origen. Sé, de primera mano, las blasfemias que mamá pronunció en el instante vil cuando papá no avisó y, ¡pum!, adentro el asunto.

Hubo otro como yo. Un tal Óscar, polaco él. Pero le llevo ventaja porque yo sí sé quién es mi padre. No lo puedo negar porque salió muy parecido a mí, además de ser buena gente.

Y aquel párrafo inicial, compacto y coherente, anda perdido entre los tachones que va haciendo esta vida. El primero fue el de la elocuencia. Desde siempre, aún antes de ser cigoto, supe que mi destino estaba amarrado al fluir de las palabras. Los pensamientos son el agua de un río que se va estrechando conforme tiene que cincelar la roca. La fuerza de la corriente es el lenguaje y los remolinos, mis palabras.

Quería decirle a papá que su postura frente al estatuto de seguridad era un tanto débil, pero mi cuerpo neonato sólo expulsaba gritos desgarradores. Para cuando mi aparato fonador empezaba a adecuarse, Turbay ya no era presidente. Mamá escuchaba mi llanto y acercaba el seno izquierdo para que yo bebiera. Le agradezco, aunque nunca tuve hambre. Lo que hacía era recitar a Whitman y, por eso, mi garganta limitada soltaba chillidos.

Porque soy un espíritu que aguardó la eternidad para llegar a este cuerpo. Esperé durante explosiones y refracciones a que llegara mi turno. Se han equivocado los que adjudican el limbo a las almas indecisas. Es al contrario: los espíritus de los hombres, las mujeres y las cosas están en ese almacén hasta que suena el aviso. Y eso es la eternidad. Un canto a mí mismo desde el principio del cuento, tiempo en que fuimos creados Whitman y yo.

Sin embargo, cuando abandone la casa de vísceras que hoy ocupo, seguiré siendo y estando hasta un nuevo ciclo o una nueva lectura, si así se prefiere. No hay reencarnación, sólo un lento desvanecer hasta que el destino ordene, con letras de molde: FIN.

Como siempre tuyo,

XXX.
  

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