martes, 30 de julio de 2013

El día H


         Los pájaros ya tenían ganas de rebelarse, pero no fue sino hasta ese día que decidieron dejar de volar.
         Meses atrás, el Servicio de Inteligencia Ornitológico, SIO, empezó con los preparativos de lo que se denominó el “Día H” (H de huevo, claro está). Se reclutó un buen número de machos de todas las especies, menos a los palomos por objetores de conciencia. Los pingüinos y avestruces, a última hora, optaron por la neutralidad.
         Agentes encubiertos llegaron a los bosques y a las granjas. Comandos especiales hacían labor de doctrina antihumana y en las zonas urbanas, los muros empezaron a pintarse con efigies de Condorito y consignas efervescentes: “¡Arriba los que pueden volar por sí mismos!”, “¡Los hermanos Wright son unos copiones!”, “¡Fuera del aire cochinos mamíferos!”.
         En los gallineros se impartió la orden de continuar con la postura de huevos y la persecución de lombrices con el fin de despistar al enemigo. Después de la victoria final ya habría tiempo para el patinaje sobre hielo. Del mismo modo, las aves carroñeras debían aguantar un poco antes de dar rienda suelta a su verdadera pasión: las pastillas de menta y el vino helado.
         Los campos de entrenamiento operaban ocultos entre la manigua de la ceguera omnipotente de los hombres. Los galpones (decorados con retratos del Pájaro Supremo, pintados en los días en que el Excelentísimo fue infiltrado en la farándula humana) albergaban a la tropa dividida en dos escuadrones: la división Alfa o “Temeraria”, conformada por los que podían volar más alto; eran los encargados de la artillería pesada y por ello se alimentaban con semillas para asegurar la consistencia de los misiles. Y la división Pi o “Irracional”, conformada por los menuditos que podían ir a alturas medias y a ras de piso; su alimentación se basaba en ciruelas, leche de vaca y avena en hojuelas con el fin de procurar una carga rápida y de consistencia pastosa.
         Existía un tercer grupo que era el de los que no volaban. Los pingüinos y los avestruces, como ya se dijo, se quedaron en sus casas, pero las gallinas participaron con pundonor en las labores de comunicación.
         El adiestramiento comenzaba antes del alba con un desayuno reforzado por la lectura del libro primigenio:

“En el principio, la Tierra estaba caliente y llena de volcanes. El único ser que deambulaba por el planeta era el gallinazo. No me pregunten como hacía para comer, si no había otro animal que se muriese para devorarlo, lo que sí es seguro es que el chulo revoloteaba sin cesar.
         En esta historia solo me ocuparé de Eduardo, que era un gallinazo de esos negros, con un par de alas (una a cada lado del cuerpo) y un precioso penachito blanco en el pecho. Y como era gallinazo, tenía un ojo medio cerrado en forma muy seductora.
         Como todo estaba tan caliente, solo las cumbres de algunas montañas servían de refugio para Eduardo. En el cielo, por allá en la nube más alta antes de alcanzar la estratosfera, funcionaba la "Universidad Pedagógica de los Galembos" y solo tenía una carrera: Derecho. Estos pajaritos estudiaban para abogados porque aún no tenían carroña que comer.
         Un buen día, como en todos los cuentos, Dios dijo:
         - Hágase la luz, enfríese la tierra y anden por ahí otros animalitos aparte del gallinazo.
         Entonces todo lo anterior pasó.
         Ahora por los verdes campos paseaban toda clase de ratas, perros, tigres y lagartos que se llevaban muy bien con delfines, tortugas y alacranes. El planeta no tenía la forma que tiene hoy y por eso el tigre de Bengala era más bien de la Guajira, y el oso de anteojos aún sufría astigmatismo y cataratas. La gacela dormía con el león, pero el león (mucho más avispado) prefería dormir con la leona, que a su vez gustaba de hacerle ojitos al primo de su marido (el tigre blanco), porque a las africanas les gustan los indios.
         Había mares profundos llenos de caballos, vacas, lobos, osos, serpientes, estrellas (por supuesto, no de la canción protesta), martillos, payasos, mariposas, globos y toda clase de artículos de ferretería. Los cachalotes se entrenaban en la ciencia de la contabilidad, mientras que los delfines vivían en tierra firme, más exactamente donde hoy queda Miami. También, en lo más hondo del único océano, creó la primera colonia humana: seis hombres, seis mujeres y uno que no se sabe.
         Los árboles sirvieron de casa a un sinnúmero de criaturas: micos gritones que ya dejaban entrever su peruano y oscuro destino; dormilones perezosos, que son el emblema de varias naciones; y en lo más alto, los nidos de las aves que acabaron con el monopolio de la aviación de los gallinazos.
         Eduardo estaba en clase de “derecho a pisar", equivalente al derecho penal, tomando en cuenta que los pájaros no tienen pene. Entonces Leticia, la gallinaza más capadora de clase de toda la creación, entró al salón dando aletazos y botando plumas por doquier:
         - EI suelo se enfrió y hay un montón de cositas corriendo por todos lados.
         - Menos mal- dijo el profesor-  Ahora será cuestión de esperar a que se mueran.
         Mientras tanto, Dios reunió a sus nuevos hijitos y les puso en claro el manual de convivencia:

<<       1) Cada uno de ustedes se queda donde lo puse. Quien no esté conforme debe elevar fervorosa oración, en original y tres copias con estampilla, y de golpe me entre la misericordia para cambiarlo de sitio.
         2) Periódicamente sentirán deseos de no estar solos y tal vez quieran perpetuarse sobre la Tierra. Para ello están obligados a buscar otro de igual especie pero de distinto género, es decir: si ven que les sobra algo de alguna parte del cuerpo, intenten ensamblar eso en el otro ser. Si de casualidad ambos tienen el mismo apéndice, les queda terminantemente prohibido volver a intentarlo. En caso contrario, buena suerte y que la fuerza o el equilibrio los acompañe.
         3) Este numeral es solo para los que viven en el mar:
         No pueden molestar, intervenir ni interactuar en las cosas de los siete animalitos que tengo en la burbuja cerca de Gorgona. Para ellos tengo preparadas miles de sorpresas. Cómo nos vamos a reír...
         4) Ningún ser de la creación dejará de existir. Esto lo decido para molestar a los gallinazos. (Ahí tienen por tenerme asustado durante siglos).
         5) Pueden comer de cuanto fruto encuentren. Si lo desean, pueden matar a otros animales, siempre y cuando sea para comérselos o porque son muy brutos. De lo que si no les aconsejo comer es del árbol genealógico, ya que tendrán descendencia defectuosa.>>

         Dios terminó sus palabras y se retiró a estudiar (uno nunca termina de aprender. Además, estamos en parciales) y de inmediato una nube negra se posó sobre los animales reunidos. Eduardo tomó por la pata al chigüiro y pronunció las palabras calculadas durante años de estudio.
         - Amigo, no se va a dejar meter ese golazo. Yo puedo ayudarle. Ahí cabe una demanda por abuso de autoridad y explotación. O acaso le consultaron si quería todas esas reglas pendejas. Podemos ir por una buena indemnización.
         -ñiu, ñiu, ñiu - contestó el chigüiro, algo confundido pero siempre alerta.
         Eduardo recordó que hablaba con animales, y los animales no hablan español.
         Los otros gallinazos intentaron levantar clientela entre los moradores del recién fundado habitáculo, pero como eran tan nuevos (los animales) no les entendieron. Se vieron en la necesidad de volar y asechar. Estaban, ahora sí, condenados eternamente a alimentarse con suplementos vitamínicos y lechuga.
         Mientras tanto, en la universidad se gestaban los primeros intentos de huelga:
         - Esta situación puede prolongarse- dijo con tono de sabiduría el decano Plumas Negras- El articulado completo de este mamarracho de constitución es absurdo. Comenzaron los debates largos y aburridores en el "Salón de los Fumadores". Los gallinazos no fundan, fuman.
         Antes que todo se pusiera peor, Eduardo tomó una determinación: Si no se morían, él se los comía vivos. Bajó a la pradera e instaló una oficina. Mandó a que los pájaros carpinteros le tallaran un letrero: "Eduardo, abogado a punto de obtener el título". Y si bien la vida en aquellos tiempos era armoniosa y natural, no tardó en aparecer la clientela para nuestro querido cagatintas. El primero fue el león. Estaba aburrido con las constantes visitas de su primo y le parecía sospechoso que sus hijos fueran rayados; deseaba partir cubil con la leona y largarse con una cebra, también rayada, pero de patas largas y ubres celestiales, que lo dejaba montar a pelo dos veces en semana.
         El éxito de Eduardo fue total. Resolvía ahora miles de querellas relacionadas con lo mismo, por lo que el mundo empezó a sufrir una dramática y estúpida transformación, fruto de la cual se vieron simpáticas mezclas: leones que parecían caballos empijamados con cara de ratón y patas de araña; arañas que hablaban en ruso y gallinas que ponían huevos de chocolate.
Dios se puso muy bravo y de inmediato voló hasta donde los gallinazos.
- Han desatado mi ira - rugió, lanzando llamas y chispas de colores.
- No sea atrevido- replicó el decano Plumas Negras- En mis tiempos se tocaba la puerta antes de entrar. Además, después de intensas discusiones llegamos a la conclusión de que sus hijitos le desobedecieron, simple y llanamente porque no los dejó escoger. También usted debe tomar en cuenta que el artículo cuarto de su manualito es inexequible. No se vale, pues nosotros somos más viejos que usted y esta ley no es retroactiva.
- Perfecto- gruñó Dios- De ahora en adelante el cuarto punto queda así:

<<4) Ningún ser de la creación dejará de existir, a no ser que sea más viejo que yo. Esto lo decido para acabar con los gallinazos (Ahí tienen por tenerme asustado y ahora malgeniado).>>

         Y en efecto. Todos los gallinazos se murieron y como Dios andaba de un genio espantoso, se subió a la montaña más alta y escupió con furia. El orbe quedó anegado en celestiales babas. No contento con esto, voló hasta la luna y desde aquél lugar hizo unos pases mágicos.
         Todo fue silencio y sombras como al principio. Dios voló en dirección a Saturno, sentándose a descansar en un asteroide. De pronto, otro ser parecido a él se acercó, lo miró fijamente a los ojos y le dijo:
         - ¿Le quedó grande? Yo voy a probar con barro.”

El manuscrito fue hallado en perfecto estado en una cueva amazónica, y sólo podía ser leído por el Excelentísimo, ya que estaba escrito en Graznido de Cóndor antiguo.
         Las gallinas dedicaban la mañana a empollar sus criaturitas sin el afán de verlas en un canasto, lejos para siempre. Los demás probaban la munición y hacían vuelos de reconocimiento hasta la llegada del ocaso. En la noche, el relevo de guardia se daba silenciosamente y comenzaba la labor de contraespionaje a cargo de los murciélagos, quienes, de todos modos, eran vistos con desconfianza por el comando central. “Un mamífero que vuela es peligroso”, rezaba el epígrafe del libro de texto con el que se impartía la fundamentación política a la tropa. Esta era la opinión de la mayoría. Además, quién en el mundo posible confía en los agentes dobles. Otra cosa sucedió con las palomas. Una traición más dolorosa.
         Y llegó el “Día H”. La señal era clara y preparada con absoluta precisión: el gallo no cantó y salió disparado hacia las alturas a pregonar, con un inusitado rugido de pantera, la hora final. Los huevos no traspasaron los ojetes y las jaulas de los canoros amanecieron vacías.
         El mundo humano se levantó a su cotidiano con la consternación de la mierda de pájaro llegándole a la cintura.
         El factor sorpresa jugó a favor de los rebeldes. En París, no hubo mucho alboroto al principio. El hedor no sorprendía a nadie. En Tierra Santa, los rabinos creyeron que se trataba de un segundo aluvión de maná; se arrojaban al suelo y se atragantaban con el producto del bombardeo. Pero la conciencia de que algo iba mal llegó, sin distingo de raza o posición geográfica, cuando la caca se acumuló en los techos y descompuso los motores.
         Después de esta incursión los pájaros dejarían de volar para tomar el control, pero como no podían usar armaduras (cuestiones aerodinámicas impedían el uso de tal accesorio), fueron derrotados a fuerza de cauchera.



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