Los
pájaros ya tenían ganas de rebelarse, pero no fue sino hasta ese día que
decidieron dejar de volar.
Meses
atrás, el Servicio de Inteligencia Ornitológico, SIO, empezó con los
preparativos de lo que se denominó el “Día H” (H de huevo, claro está). Se
reclutó un buen número de machos de todas las especies, menos a los palomos por
objetores de conciencia. Los pingüinos y avestruces, a última hora, optaron por
la neutralidad.
Agentes
encubiertos llegaron a los bosques y a las granjas. Comandos especiales hacían
labor de doctrina antihumana y en las zonas urbanas, los muros empezaron a
pintarse con efigies de Condorito y consignas efervescentes: “¡Arriba los que
pueden volar por sí mismos!”, “¡Los hermanos Wright son unos copiones!”,
“¡Fuera del aire cochinos mamíferos!”.
En
los gallineros se impartió la orden de continuar con la postura de huevos y la
persecución de lombrices con el fin de despistar al enemigo. Después de la
victoria final ya habría tiempo para el patinaje sobre hielo. Del mismo modo,
las aves carroñeras debían aguantar un poco antes de dar rienda suelta a su
verdadera pasión: las pastillas de menta y el vino helado.
Los
campos de entrenamiento operaban ocultos entre la manigua de la ceguera
omnipotente de los hombres. Los galpones (decorados con retratos del Pájaro
Supremo, pintados en los días en que el Excelentísimo fue infiltrado en la
farándula humana) albergaban a la tropa dividida en dos escuadrones: la
división Alfa o “Temeraria”, conformada por los que podían volar más alto; eran
los encargados de la artillería pesada y por ello se alimentaban con semillas
para asegurar la consistencia de los misiles. Y la división Pi o “Irracional”,
conformada por los menuditos que podían ir a alturas medias y a ras de piso; su
alimentación se basaba en ciruelas, leche de vaca y avena en hojuelas con el
fin de procurar una carga rápida y de consistencia pastosa.
Existía
un tercer grupo que era el de los que no volaban. Los pingüinos y los
avestruces, como ya se dijo, se quedaron en sus casas, pero las gallinas
participaron con pundonor en las labores de comunicación.
El
adiestramiento comenzaba antes del alba con un desayuno reforzado por la
lectura del libro primigenio:
“En el
principio, la Tierra estaba caliente y llena de volcanes. El único ser que
deambulaba por el planeta era el gallinazo. No me pregunten como hacía para
comer, si no había otro animal que se muriese para devorarlo, lo que sí es
seguro es que el chulo revoloteaba sin cesar.
En esta historia solo me ocuparé de
Eduardo, que era un gallinazo de esos negros, con un par de alas (una a cada
lado del cuerpo) y un precioso penachito blanco en el pecho. Y como era
gallinazo, tenía un ojo medio cerrado en forma muy seductora.
Como todo estaba tan caliente, solo las
cumbres de algunas montañas servían de refugio para Eduardo. En el cielo, por
allá en la nube más alta antes de alcanzar la estratosfera, funcionaba la
"Universidad Pedagógica de los Galembos" y solo tenía una carrera:
Derecho. Estos pajaritos estudiaban para abogados porque aún no tenían carroña
que comer.
Un buen día, como en todos los cuentos,
Dios dijo:
- Hágase la luz, enfríese la tierra y
anden por ahí otros animalitos aparte del gallinazo.
Entonces todo lo anterior pasó.
Ahora por los verdes campos paseaban
toda clase de ratas, perros, tigres y lagartos que se llevaban muy bien con
delfines, tortugas y alacranes. El planeta no tenía la forma que tiene hoy y
por eso el tigre de Bengala era más bien de la Guajira, y el oso de anteojos
aún sufría astigmatismo y cataratas. La gacela dormía con el león, pero el león
(mucho más avispado) prefería dormir con la leona, que a su vez gustaba de
hacerle ojitos al primo de su marido (el tigre blanco), porque a las africanas
les gustan los indios.
Había mares profundos llenos de
caballos, vacas, lobos, osos, serpientes, estrellas (por supuesto, no de la
canción protesta), martillos, payasos, mariposas, globos y toda clase de
artículos de ferretería. Los cachalotes se entrenaban en la ciencia de la
contabilidad, mientras que los delfines vivían en tierra firme, más exactamente
donde hoy queda Miami. También, en lo más hondo del único océano, creó la
primera colonia humana: seis hombres, seis mujeres y uno que no se sabe.
Los árboles sirvieron de casa a un
sinnúmero de criaturas: micos gritones que ya dejaban entrever su peruano y
oscuro destino; dormilones perezosos, que son el emblema de varias naciones; y
en lo más alto, los nidos de las aves que acabaron con el monopolio de la
aviación de los gallinazos.
Eduardo estaba en clase de “derecho a
pisar", equivalente al derecho penal, tomando en cuenta que los pájaros no
tienen pene. Entonces Leticia, la gallinaza más capadora de clase de toda la
creación, entró al salón dando aletazos y botando plumas por doquier:
- EI suelo se enfrió y hay un montón de
cositas corriendo por todos lados.
- Menos mal- dijo el profesor- Ahora será cuestión de esperar a que se
mueran.
Mientras tanto, Dios reunió a sus
nuevos hijitos y les puso en claro el manual de convivencia:
<< 1) Cada uno de ustedes se queda donde lo
puse. Quien no esté conforme debe elevar fervorosa oración, en original y tres
copias con estampilla, y de golpe me entre la misericordia para cambiarlo de
sitio.
2) Periódicamente sentirán deseos de no
estar solos y tal vez quieran perpetuarse sobre la Tierra. Para ello están
obligados a buscar otro de igual especie pero de distinto género, es decir: si
ven que les sobra algo de alguna parte del cuerpo, intenten ensamblar eso en el
otro ser. Si de casualidad ambos tienen el mismo apéndice, les queda
terminantemente prohibido volver a intentarlo. En caso contrario, buena suerte
y que la fuerza o el equilibrio los acompañe.
3) Este numeral es solo para los que
viven en el mar:
No pueden molestar, intervenir ni interactuar
en las cosas de los siete animalitos que tengo en la burbuja cerca de Gorgona.
Para ellos tengo preparadas miles de sorpresas. Cómo nos vamos a reír...
4) Ningún ser de la creación dejará de
existir. Esto lo decido para molestar a los gallinazos. (Ahí tienen por tenerme
asustado durante siglos).
5) Pueden comer de cuanto fruto
encuentren. Si lo desean, pueden matar a otros animales, siempre y cuando sea
para comérselos o porque son muy brutos. De lo que si no les aconsejo comer es
del árbol genealógico, ya que tendrán descendencia defectuosa.>>
Dios terminó sus palabras y se retiró a
estudiar (uno nunca termina de aprender. Además, estamos en parciales) y de
inmediato una nube negra se posó sobre los animales reunidos. Eduardo tomó por
la pata al chigüiro y pronunció las palabras calculadas durante años de
estudio.
- Amigo, no se va a dejar meter ese
golazo. Yo puedo ayudarle. Ahí cabe una demanda por abuso de autoridad y
explotación. O acaso le consultaron si quería todas esas reglas pendejas.
Podemos ir por una buena indemnización.
-ñiu, ñiu, ñiu - contestó el chigüiro,
algo confundido pero siempre alerta.
Eduardo recordó que hablaba con
animales, y los animales no hablan español.
Los otros gallinazos intentaron
levantar clientela entre los moradores del recién fundado habitáculo, pero como
eran tan nuevos (los animales) no les entendieron. Se vieron en la necesidad de
volar y asechar. Estaban, ahora sí, condenados eternamente a alimentarse con
suplementos vitamínicos y lechuga.
Mientras tanto, en la universidad se
gestaban los primeros intentos de huelga:
- Esta situación puede prolongarse-
dijo con tono de sabiduría el decano Plumas Negras- El articulado completo de
este mamarracho de constitución es absurdo. Comenzaron los debates largos y
aburridores en el "Salón de los Fumadores". Los gallinazos no fundan,
fuman.
Antes que todo se pusiera peor, Eduardo
tomó una determinación: Si no se morían, él se los comía vivos. Bajó a la
pradera e instaló una oficina. Mandó a que los pájaros carpinteros le tallaran
un letrero: "Eduardo, abogado a punto de obtener el título". Y si
bien la vida en aquellos tiempos era armoniosa y natural, no tardó en aparecer
la clientela para nuestro querido cagatintas. El primero fue el león. Estaba aburrido
con las constantes visitas de su primo y le parecía sospechoso que sus hijos
fueran rayados; deseaba partir cubil con la leona y largarse con una cebra,
también rayada, pero de patas largas y ubres celestiales, que lo dejaba montar
a pelo dos veces en semana.
El éxito de Eduardo fue total. Resolvía
ahora miles de querellas relacionadas con lo mismo, por lo que el mundo empezó
a sufrir una dramática y estúpida transformación, fruto de la cual se vieron
simpáticas mezclas: leones que parecían caballos empijamados con cara de ratón
y patas de araña; arañas que hablaban en ruso y gallinas que ponían huevos de
chocolate.
Dios se
puso muy bravo y de inmediato voló hasta donde los gallinazos.
- Han
desatado mi ira - rugió, lanzando llamas y chispas de colores.
- No sea
atrevido- replicó el decano Plumas Negras- En mis tiempos se tocaba la puerta
antes de entrar. Además, después de intensas discusiones llegamos a la
conclusión de que sus hijitos le desobedecieron, simple y llanamente porque no
los dejó escoger. También usted debe tomar en cuenta que el artículo cuarto de
su manualito es inexequible. No se vale, pues nosotros somos más viejos que
usted y esta ley no es retroactiva.
-
Perfecto- gruñó Dios- De ahora en adelante el cuarto punto queda así:
<<4)
Ningún ser de la creación dejará de existir, a no ser que sea más viejo que yo.
Esto lo decido para acabar con los gallinazos (Ahí tienen por tenerme asustado
y ahora malgeniado).>>
Y en efecto. Todos los gallinazos se
murieron y como Dios andaba de un genio espantoso, se subió a la montaña más
alta y escupió con furia. El orbe quedó anegado en celestiales babas. No
contento con esto, voló hasta la luna y desde aquél lugar hizo unos pases
mágicos.
Todo fue silencio y sombras como al
principio. Dios voló en dirección a Saturno, sentándose a descansar en un
asteroide. De pronto, otro ser parecido a él se acercó, lo miró fijamente a los
ojos y le dijo:
- ¿Le quedó grande? Yo voy a probar con
barro.”
El manuscrito fue hallado en perfecto estado en
una cueva amazónica, y sólo podía ser leído por el Excelentísimo, ya que estaba
escrito en Graznido de Cóndor antiguo.
Las
gallinas dedicaban la mañana a empollar sus criaturitas sin el afán de verlas
en un canasto, lejos para siempre. Los demás probaban la munición y hacían
vuelos de reconocimiento hasta la llegada del ocaso. En la noche, el relevo de
guardia se daba silenciosamente y comenzaba la labor de contraespionaje a cargo
de los murciélagos, quienes, de todos modos, eran vistos con desconfianza por
el comando central. “Un mamífero que vuela es peligroso”, rezaba el epígrafe
del libro de texto con el que se impartía la fundamentación política a la
tropa. Esta era la opinión de la mayoría. Además, quién en el mundo posible
confía en los agentes dobles. Otra cosa sucedió con las palomas. Una traición
más dolorosa.
Y
llegó el “Día H”. La señal era clara y preparada con absoluta precisión: el
gallo no cantó y salió disparado hacia las alturas a pregonar, con un inusitado
rugido de pantera, la hora final. Los huevos no traspasaron los ojetes y las
jaulas de los canoros amanecieron vacías.
El
mundo humano se levantó a su cotidiano con la consternación de la mierda de
pájaro llegándole a la cintura.
El
factor sorpresa jugó a favor de los rebeldes. En París, no hubo mucho alboroto
al principio. El hedor no sorprendía a nadie. En Tierra Santa, los rabinos
creyeron que se trataba de un segundo aluvión de maná; se arrojaban al suelo y
se atragantaban con el producto del bombardeo. Pero la conciencia de que algo
iba mal llegó, sin distingo de raza o posición geográfica, cuando la caca se
acumuló en los techos y descompuso los motores.
Después
de esta incursión los pájaros dejarían de volar para tomar el control, pero
como no podían usar armaduras (cuestiones aerodinámicas impedían el uso de tal
accesorio), fueron derrotados a fuerza de cauchera.
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