jueves, 10 de mayo de 2012

Álbum blanco (versión atravesada de Triple Equis) (4)

I Will 
(Lennon / McCartney) 

Son increíbles los diversos matices del amor. A uno ese sentimiento parece invadirlo por etapas, a tal punto que la primera dimensión que aparece es la mística. 

El primer signo de amor es la contemplación; una especie de etnografía, pura observación no participante, dada la coincidencia de que el objeto del deseo es un desconocido. 



Contemplación, fervor y éxtasis. Tres elementos que nos remiten a un plano puramente sexual porque lo que nos atrae no es, generalmente, una palabra sino un atributo físico. 

El amor carnal, tal y como se entiende ahora, es la antítesis del amor enseñado desde los púlpitos. Cada relación sana y normal entre la gente empieza con lo último que dice el cura: las ganas de acostarse.

Lo primero es ser capaz de imaginarse a ese perfecto extraño en la cama con uno. A veces no hace falta imaginarlo mucho, y de un rato de copas, puede resultar una madrugada furtiva en casa ajena o motel barato.

En cambio, es muy poco probable que ante el primer impacto (flechazo, para ser un tanto helenistas) se piense en cómo será ese otro compartiendo una vida, cocinando, interactuando con la familia, teniendo hijos y deudas.

En resumen, del desempeño sexual en los primeros encuentros depende la formación de familias estables. No es al revés, aunque le duela al Papa.


Julia
(Lennon / McCartney)


La mitad de lo que estoy pensando es pura basura. Tengo recuerdos vagos de cosas bastante tontas. Por ejemplo, me acuerdo de las tres hermanas, blancas como la leche, que nacieron con nombre de casadas. Desde niñas juegan a la democracia participativa y siempre votan y nunca empatan.

Nacieron en intervalos de tres años, lo cual no impide que aparezcan siempre juntas, cada una parte de un tríptico dibujado en el apellido materno que las reúne porque el paterno es común, de ‘patisucios’, como definiría el loco del pueblo.

Me acuerdo, también, que son blancas pero distintas entre sí como las huellas digitales. La mayor, la cojita, tiene cabellos de choclo que alumbran en verano. A lo mejor, por eso es que relampaguea los ojos deslumbrada por los rayos de su propio pelo. Le sigue una mujersucha pecosa de cabello color caca.

En cambio la menor no es ni lo uno ni lo otro. Parece un rayo de luz sucia que se cuela entre las cortinas rotas de un motel. Incluso se llama como la virgen de los presos. Y dudo mucho que sea cualquiera de las dos. Su pelo es más oscuro, pero insiste en ser rubio y dar la impresión de ir pegada a esa venus que nace de una concha. La menor, la del nombre virginal, la de las tetas enormes pero insignificantes, tiene la cara larga como las lágrimas de las velas al encenderse.

Y así se ven, siempre juntas y mostrando el degradado de los años y los matices de los pelos indoeuropeos desde el mono-mono, pasando por el rojo-anaranjado. Así se ven, sonriendo como imbéciles y comiendo como hambrientas.

De tanto verlas, a Triple Equis le entran ganas de acercarse, preguntar y abofetear. En ese orden. Pero luego desiste y se retira tranquilo porque supone, con toda razón, que son parientes (por línea paterna) de quien le ha dado la vida y lo tiene rondando volcanes orientales.


Why Don’t We Do in It The Road?
(Lennon / McCartney)


"Si vas a Japón debes ponerle cuidado a la ceremonia del té” 
(Tía de Triple Equis en el aeropuerto de Bogotá)

Lo cierto es que nunca irá al Japón. La posibilidad de que la profesora de violín, Mazako, piense en Triple Equis se me hace rebuscada y complicadísima.

Triple Equis toma una taza de té porque el café le despierta angustias, sobre todo estomacales, que creía ya espantadas hace mucho. De un tiempo para acá, el café le sabe feo, como lo que él supone que debe saber la mierda.

La cuestión con Japón no es ornamental. Triple Equis es devoto admirador del monte Fuji y del teatro kabuki. Desde pequeño ha sentido atracción hacia la papiroflexia y los ojos rasgados. No, esto no puede ser porque le gusta una mujer de ojos grandes. Aunque también es posible que no pretenda ninguna asociación consciente con el Japón. Lo que pasaría, entonces, es que el perturbado y obsesivo sería yo mismo.

Panorama aterrador porque, si bien los personajes ‘chupan’ algo de la esencia de su creador, mi caso es de pura negligencia. Hasta ahora no he sido capaz de soltar la mano de Triple Equis para que se parezca más a él mismo. Con esto no digo que yo sea el personaje, sino que, con el asunto del Japón, no encuentro de dónde justificar la aparición del monte Fuji o la simple idea de proyectar al personaje en una vida en Tokio o en Osaka, ya no recuerdo.

Continúa...



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