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(1934) Tomada de Publicidad y propaganda2008 |
El primer pucho que me fumé, con plena conciencia, me mareó hasta la náusea. Era un Derby robado del paquete que el tío Rodrigo guardaba en el bolsillo de su camisa, un día de verano cuando yo acababa de cumplir los 16. Conocía la técnica gracias a los compañeros de colegio que intentaron, en vano, enseñarme las artes de copiar humo en las fiestas de la adolescencia.
Pero no había practicado hasta ese momento porque el tabaco representa para mí un ritual completamente privado de autodestrucción. Recuerdo al abuelo Manuel con su eterno Royal a media boca, en la soledad de la sala y en compañía de un buen libro. De pronto, su voz bonita, sazonada con los tintes militares que deja la vida, sonaba claro y sin confusión: “Venga mijo, vaya a la tienda y me trae un cigarrillito”. Por que el viejo compraba de a uno y jamás guardó cajetillas.
El primer pucho mío, fruto de un hurto de menor cuantía, sirvió de lente para leer a Dumas con sus tres endiablados mosqueteros. Pronto descubrí que para abrir ese y cualquier otro libro necesitaba hurgar entre las camisas del tío.
En esos días, el abuelo había renunciado a fumar debido a quebrantos de salud. Yo lo hacía una o dos veces en semana hasta que empecé a sentir una poderosa atracción hacia el acto de fumar si emprendía la tarea de escribir. Después, los primeros tragos largos se sellaban con un pacto secreto de humo entre labios y espíritu.
Cada verso, cada canción escuchada o cada novela devorada desde entonces me huele a tabaco. Primero Derby, luego Royal, Pielroja y Boston. Los besos de amor van entre el aroma mefítico, para algunas y bohemio, para otras. Llevo quince años de concubinato con un amante más flaco que yo. Arrastro el olor y el sabor de miles de colillas, sobre todo la primera del día, como una marca de identidad y el anuncio de que soy yo, de que ya llegué. Necesito fumar todo el tiempo porque el destino me puso la trampa y soy escritor.
Ya el cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro aseguró que escribir es un acto accesorio al placer de fumar. Entonces, no soy fumador porque escribo, sino que es el humo del tabaco el que entra en mi organismo y sale convertido en palabras descubriendo, de paso, un nuevo e interesante proceso físico comparable a la condensación, que nos trae la lluvia, o a la destilación, que nos provee el ron.
3 comentarios:
Me pregunto entonces, si lo que me falta para revivir mi blog es empezar a fumar. Ojalá funcionara para todos. Un abrazo.
Podría escribir mis episodios de ruptura con mi pérfido amante, sé que amarlo es un placer que me lleva a la muerte por eso como a los malos amores lo he dejado mil veces, pero vuelvo a sus labios solo para saborear el dulce sabor de la agonía, esa que se siente cuando arde una bocanada de humo en tu garganta que te llega hasta al alma.. compañero, no fiel, solo expectante, sonriente solo cuando le seduces, fastidioso cuando le aborreces.
Yo he revivido sensaciones olvidadas, recordado pupilas lejanas, enfadado y gritado, yo he llorado y me ha calmado...no soy fumadora compulsiva, pero disfruto el viaje tenebroso y repleto de nubes que siento cuando lo hago....también escribo, también leo, también he reído a su lado.
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