Miércoles, 1 de junio del 2005 (primera parte)
Servilleta #1:
Víctor caminaba por una calle desierta y a cada paso, las puertas de las casas se blanqueaban convirtiéndose en muros. Apuró el paso, con el típico espanto de los que ven las puertas convertidas en muro, y trató de recordar las oraciones que Frau Sophia le había enseñado cuando era apenas un montoncito de huesos y piel blanca como la leche de las vacas de su padre.
Sólo le salían fragmentos de groserías y espumarajos por la boca. Sin darse cuenta llegó a una esquina donde lo esperaba una monumental vaca loca, debidamente apertrechada de pólvora, que empezó a seguirlo ferozmente para quemarlo con sus cachos de bengala.
Encontramos a papá Víctor gritando y revolcándose en su cama. La madrina trajo el tilo, el viejo lo bebió. No ha vuelto a hablar dese entonces.
Los corredores de la casa acumulan polvo, sobre todo a los lados, y guardan el silencio del abuelo como si cada ladrillo le llevara anotadas las rimas para publicarlas en un bello tomo de pasta dura. La madrina barre dos veces por semana y le lleva los tilos al estudio. Papá Víctor se levanta cada vez con mayor dificultad, pero sigue empeñado en renguear desde su cuarto y envolverse en la rutina achacosa de los últimos años.
Ahora no retumba su voz de sargento. Ya no se oyen los gritos buscando las pantuflas, ni a las pantuflas estrellándose contra una pared cuando son descubiertas, siempre bajo la cama. Lo único que suena son los resortes de su colchón cuando, en la noche, voltea de un lado a otro mientras concilia el sueño. Con la madrina hemos llegado a concluir que papá Víctor teme dormirse desde aquella noche en que calló definitivamente. Pero lo que se le apagó fue la boca, porque cuando quiere decir algo, mejor lo escribe en servilletas.
Servilleta #2:
Perro cochino. El perro de Otto era un gran danés que cagaba como un caballo. Luego tuvo gatos y pericos, pero el perro los sobrevivió a todos, inclusive a Otto. Víctor no se siente bien y quiere que Boris lo lleve al doctor.
Y así nos hemos ido acostumbrando a tratar con un señor que parece no ser él, tanto como para nombrarse en tercera persona y dejar de rimar.
Servilleta #3:
Alguien debería decirle a María que ese tilo le está quedando muy cargado. También, sería bueno si le baja a la frecuencia de sus visitas nocturnas: Víctor no puede dormir con toda esa gente hablando tan duro y de tantas pendejadas juntas.
Ahora hago parte del círculo de amistades de la madrina, María. Siendo niño, la charla era inentendible y los olores insoportables. Pero, de un tiempo para acá, el aroma de los cigarrillos y el vino en caja se han convertido en signos de la atmósfera de la casa los viernes por la noche. A pesar de que nunca he podido fumar, siento una atracción especial por el olor del humo. Tal vez sea porque me devuelve a los días en que papá Víctor recorría la casa rimándole a todo con sus puchos importados entre los dedos. O será que, cada vez que encienden un cigarrillo, se les pega un poco de emoción; se animan como por arte de magia y hasta parecen ser felices.
Por eso me gusta el humo y el vino, no tanto. El fermento de las uvas, eso sí, es un poderoso bálsamo para la conversa, por lo menos hasta que adormece la lengua. De ahí en adelante, la madrina empieza a decomisar llaves de automóviles y a llamar taxis. No debe quedar ni una sola alma en esa sala que, minutos antes, parecía una novela de Kundera a medio leer. Digamos que la reunión es la misma, sólo que fotocopiada cada semana. La gente llega en el mismo orden y se sienta en su lugar de costumbre. Salvo esporádicos resfriados o licencias de maternidad, vienen los mismos con las mismas. Apenas hace unos años me uní con algunos amigos del colegio que, hoy por hoy, ya no vienen.
Y se habla. Hasta el cansancio. En eso estoy de acuerdo con papá Víctor: las últimas frases de una charla nutrida son puras pendejadas. No voy a negar que, en esencia, comparto la visión del mundo de la madrina y sus amigos. Pero, comunistas o no, liberados o godos, vegetarianos o bien alimentados, los borrachos siempre son iguales. Creo que han estado buscando verdades en el lugar equivocado, pues lo más equitativo en este mundo no tiene que ver con la distribución del ingreso, sino con la del licor.
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