viernes, 12 de febrero de 2010

Letanías a Parménides


La ontología no es mi ciencia predilecta. Me inclino por la metafísica porque al pronunciarla me suena importante y obscena, las dos a la vez.

A veces, cuando empieza la ola fría de viento en las noches, me gusta jugar a pensar en las diversas posibilidades para después de la muerte. En una ocasión, supuse que fingía un cáncer y era espectador, vivo, de mi propio entierro. Sé que es delito hacerse el muerto, aunque resulte muy útil para evadirse del ataque de un oso.

Por lo demás, soy un tipo optimista y amante de la vida. Me gusta hablar de cosas que no he leído, metafísica por ejemplo, y envenenarme el cuepo a mi propio ritmo. Es lo único que tengo: agenciar poco a poco el camino hacia la tumba. Muchos te guían en sentido contrario diciendo que cada cual es responsable de construir su vida. Han estado pensando al revés porque uno nace vivo y punto; lo que construye es la muerte.

Además, me encanta mi optimismo. Soy capaz de ver construcción en el acto repetitivo de demoler el ser a fuerza de vivir. Soy lo máximo, como dicen mis alumnos y mi madre. Llegué a ese punto espiritual en el que puedo saltar barreras infinitas. Incluso, escribiendo esto, acabo de comprender para qué vine al mundo.

Lo malo es que eso le pasa a cualquiera cuando se va a morir. O sea que no soy una maravilla. Soy un moribundo.

Boris Marín (en una carta a la familia en sus últimos días)

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