Sucede que tengo poco tiempo para dedicarme al ocio. Debo levantarme temprano y ducharme en el acto. El despertador suena a las 5:30 y lo apago a las 5:31 luego de haber dormido las ocho horas recomendadas por los facultativos. Como practico tan sana costumbre desde hace años, no amanezco con pereza sino que me ducho con agua fría, tomo café en leche y me siento a trabajar de siete a doce y de dos a seis. Al mediodía almuerzo poquito y charlo con mi mujer. Ella me pregunta que cuándo volveré a traer platica y yo le contesto que en el banco tenemos bastante. Luego vuelvo a trabajar en la comodidad de mi estudio.
Antes fumaba y bebía. Hasta hace muy poco me desvelaba y paseaba por la ciudad nada más atisbando. Entonces vino el médico y sus cosas: que la presión, que la gota, que unas manchitas raras en el hígado. También fui pobre y, en consecuencia, anduve pendiente de buscar el pan. Ahora tengo escaparates atiborrados de comestibles, casi todos, prohibidos para mi frágil salud.
Por eso ya no me dedico al ocio. Recuerdo la consulta y al doctor no con su tradicional batola blanca, si no en smoking. Viajé a Europa porque es bien sabido que la medicina sueca es la mejor del mundo, a tal punto que fue capaz de solucionar mis dolencias financieras. Era diciembre y dije un discurso bonito. A partir de ese día me ajuicié y empecé a escribir, comer, cagar y pichar a horas regulares.
Lo que empiezo a entender ahora, cada vez más cerca del último suspiro, es que en diciembre del 82 asistí a la necropsia de un buen escritor y al nacimiento de un viejo lambón.
Antes fumaba y bebía. Hasta hace muy poco me desvelaba y paseaba por la ciudad nada más atisbando. Entonces vino el médico y sus cosas: que la presión, que la gota, que unas manchitas raras en el hígado. También fui pobre y, en consecuencia, anduve pendiente de buscar el pan. Ahora tengo escaparates atiborrados de comestibles, casi todos, prohibidos para mi frágil salud.
Por eso ya no me dedico al ocio. Recuerdo la consulta y al doctor no con su tradicional batola blanca, si no en smoking. Viajé a Europa porque es bien sabido que la medicina sueca es la mejor del mundo, a tal punto que fue capaz de solucionar mis dolencias financieras. Era diciembre y dije un discurso bonito. A partir de ese día me ajuicié y empecé a escribir, comer, cagar y pichar a horas regulares.
Lo que empiezo a entender ahora, cada vez más cerca del último suspiro, es que en diciembre del 82 asistí a la necropsia de un buen escritor y al nacimiento de un viejo lambón.
2 comentarios:
bieeeennn!!! deberías mandarlo a ese concurso de rcn en homenaje a gabo (juajuajua!!!)
mejor no se podría decir
Aunque con otras intenciones menos insolentes recomiendo:
http://axxon.com.ar/rev/160/c-160cuento17.htm
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