Si me lo permite puedo explicarle. Mire, la verdad es que venía caminando por la carrera cuarta, casi llegando a la esquina de Telecom, con mucho afán. Siempre le pongo prisa a mis pasos porque no me gusta llegar tarde, aunque confieso que iba sin rumbo fijo. Bueno, la cosa es que cuando estaba a punto de cruzar la calle me dio la sensación de que alguien decía mi nombre. Es verdad que puede haber cientos de Carlos pasando, al medio día, por el mismo lugar, pero esa voz parecía llamarme a mí. Lo que pasa es que siempre he tenido la sensibilidad afinada para esas cuestiones: si alguien me mira, me llama o piensa en mí. Lo que no recuerdo es cómo se llama esa habilidad. Lo leí una vez en una revista “Muy interesante” que creo conservar en algún lugar. Decían los expertos en parasicología que no sólo las mujeres son capaces de desarrollar un sexto sentido, la intuición en su caso, sino que ciertos hombres también desarrollan la capacidad de ir más allá de lo evidente. A mí, créame, me pareció de lo más chistoso en un principio. Me decía a mí mismo que eso de los videntes era una cuestión rara y más para tipos como yo, tan cegatones. Porque en dos años me han cambiado la fórmula de las gafas en siete oportunidades: mi oftalmólogo sostiene que la miopía que padezco se hace más severa con el tiempo y que debo pensar seriamente en la operación con láser. Yo creí que este doctor lo que quería era sacarme plata con tanta consulta, pero ahora veo (es un decir, por supuesto) que tiene razón porque las letras se me hacen como bailarinas de can-can. Eso sí, cuando me pongo las gafas veo de lo lindo, incluso hasta más allá de lo evidente como León-O, el jefe de los Thundercats. Y empezaba a soñar nada más que con lo que decía la revista. Una noche, pues generalmente sueño de noche sin negar que en medio de la siesta a la hora del almuerzo haya sido víctima de pesadillas, soñé que podía escuchar los pensamientos de un grupo de muchachas en un parque. Mientras una hablaba sobre lo bonito y guapo que es su novio, la rubiecita de al lado pensaba que la bonita era la que hablaba y tenía el plan de acorralarla en un pasillo para besarla y confesarle su amor. En otra ocasión, me dormí leyendo un manual de historia patria y en el sueño fui capaz de evitar la muerte de Gaitán, tan sólo con desviar el tiro asesino con la mente. Digamos que la pasé de película en esas semanas de sueños. Sí, porque por lo general, sueño con lo mismo que hice en el día. Como el de hoy. A mí me gusta llegar temprano a todos lados aunque no sepa para dónde voy. Ese resabio me lo pegó mi abuelo que era bravísimo, puntualísimo y militar. Casi siempre, me tomaba del brazo y me levantaba de la cama para ir donde el oftalmólogo; es que soy miope de nacimiento. Sostenía que, como la cita era a las cuatro, teníamos que llegar a las tres. Nunca pude ver completo un episodio de los Thundercats. Lo de andar corriendo, entonces, se lo debo a la infancia. Antes de leer ese artículo paranormal, tenía la sensación de que alguien me miraba en determinadas circunstancias. Por ejemplo, un día en que fui al cine con el abuelo, supe desde que nos sentamos que el tipo barrigón de la fila de atrás clavaba sus ojos alternativamente en los karatazos de Van Dame y en mi nuca. Al abuelito le gustaban las películas de Cantinflas, sobre todo, “El bombero atómico” y a mí las de “Tiburón”. Por eso, zanjamos la diferencia y tranzábamos por la mitad: películas de Jean Claude Van Dame. Otras veces, cuando me quedaba sólo en casa haciendo la tarea de biología, escuchaba la voz abuelito que me llamaba a tomar café con leche. Yo me decía “Carlitos, no seas pendejo, el abuelito salió y no sonó la cerradura como para que haya regresado”. Y fíjese que no me daba susto porque luego me pasó lo mismo varias veces, ya en la universidad y en pleno vuelo hacia Caracas cuando viví por allá. Entonces ahorita, cuando venía por la carrera cuarta, me sorprendí porque los carros van al revés de como lo hacían antes de irme. Me imagino que habrán cambiado el sentido de las vías para descongestionarlas, aunque no se nota. Como veo bastante mal sin las gafas, no pude reconocer de inmediato a quien me llamaba, pero su voz era muy familiar. Sólo sé que el golpe de la moto me abolló el costado, mire: si observa bien notará, confirmando lo que leí en otra revista, que un trauma severo en las costillas puede ocasionar la perforación de pulmones y corazón llevando a la muerte. ¿Ahora sí, que ya le expliqué, puedo entrar de una vez? Es que el abuelito me estaba llamando y, para serle franco, no quisiera llegar tarde.
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