
Aún así, la sensación de que se avecinaba una desgracia era, por demás, mucho más intensa que la suavidad del jabón resbalándose entre los sobacos. "Este es mi día", me repetía como siempre mientras remangaba el prepucio en actitud de franco aseo del glande. Nunca he podido hacerme la paja de pie y bajo la ducha; prefiero la soledad de la noche y el abrigo de las cobijas.
De hecho, quisiera haber estado cobijado en ese momento. La terapia de mentalización pierde su efecto en el instante de cerrar la llave y agarrar la toalla: hace un frío espantoso y uno está completamente indefenso, en pelota y mojado.
Pero es que las desgracias no vienen solas. O por lo menos se anuncian y es uno el que se hace el pelotudo. Los mayas tenían razón, Nostradamus tenía razón, los lunáticos profetas de la nueva era tenían razón. En mi cuarto tengo unas cortinas gruesas que no dejan pasar la luz. Por eso, casi nunca me doy cuenta de que ya amaneció. Y creo que esta es la razón por la que no vi el color verde del cielo.
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